Delta estaba nervioso, si bien eso no suponía algo nuevo. Después del incidente del otro día, había sido incapaz de conciliar el sueño. Jash había dicho que sería mejor dejar que Raila y su padre hablaran detenidamente sobre lo sucedido, pero Delta no podía esperar más. Había visto el rostro de aquella mujer y tenía un mal presentimiento. Raila nunca le diría a su padre nada sobre lo que fuera que escondía, y el muchacho lo sabía. La conocía muy bien. Pero, ¿y si era él quien le preguntaba sobre el asunto? ¿Le contaría algo sobre aquellas mujeres? Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Necesitaba aclarar sus dudas. Y no pensaba esperar. Además, eso supondría una buena excusa para atravesar el bosque.
En la posada reinaba el silencio. Un silencio que se rompía con el crepitar del fuego de la chimenea, con los cansados movimientos de los clientes que se revolvían en sus habitaciones. Delta, que era un muchacho inteligente, decidió no romper ese frágil silencio. Giró el picaporte con sumo cuidado y se asomó al pasillo. Nadie.
-Perfecto- pensó.
Se quitó las botas y cruzó sigilosamente el largo pasillo cuando de repente oyó unas risas que provenían de la habitación que quedaba a su izquierda. Se quedó quieto como una estatua. Las risas pararon, pero Delta seguía sintiendo el latido de su corazón, desbocado por el susto.
-Malditos sean - maldecía-, ¿quién en su sano juicio está despierto a estas horas?
Lo cierto es que los vecinos de Sarin eran muy madrugadores, pero Delta no era una persona racional y consciente de sus actos hasta la décima campanada. Jash solía regañarle por esto, pero él disfrutaba durmiendo.
Aún con el corazón en un puño, Delta bajó ágilmente las escaleras de la posada y a punto estuvo de chocarse con Jash. El muchacho, todavía soñoliento, intentó esquivar al posadero, pero lo único que hizo fue tropezarse con el último escalón y, literalmente, caer estrepitosamente sobre Jash.
-¡Ah! Perdona, Zae -se disculpó el muchacho levantándose.
-¿Se puede saber qué narices estás haciendo? -gruñía Jash mientras se incorporaba trabajosamente.
-Nada -respondió mientras le tendía una mano al posadero- Lo siento, ¿estás bien?
-Sí, descuida -replicó Jash.
Una vez el posadero estuvo ya de pie, le pegó una pequeña colleja al chico, el cual gritó sorprendido:
-¡Eh! ¿A qué viene eso?
-¿De verdad te lo tengo que explicar?
El chico desvió la mirada y permaneció en silencio.
-Lo suponía -dijo con un leve asentimiento-. Y bien, ¿qué haces despierto a estas horas?
-Bajar las escaleras -bromeó el chico con una sonrisa de oreja a oreja.
El posadero le devolvió la sonrisa.
-Oye Jash, ¿queda algo del pastel que trajo la señora Pernil el otro día?
-Creo que sí. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Qué planeas? -insistió el posadero mientras se dirigía a la cocina.
-Voy a ver a Raila -respondió Delta de forma tajante.
-Ya te he dicho que será mejor dejarle unos días de reposo para que...
-Lo sé. Lo sé muy bien -le interrumpió Delta-. Solo quiero ver si está bien. Hacerle compañía. Darle conversación. ¡Por todos los dioses! ¡No me la voy a comer, Zae! -gritaba el muchacho.
-No hace falta que grites, te recuerdo que hay personas durmiendo arriba -susurró Jash-. Si tanto deseas verla, ¡adelante! No seré yo quien te detenga.
Mientras decía esto, el posadero había sacado un pequeño trozo de tarta y la había colocado en un plato.
-No voy a caer en la trampa. Voy a ir. Hablaremos un rato, andaremos por el bosque y volveré. Antes de las tres. Lo prometo -decía Delta, con tono conciliador, mientras cogía el plato.
-Muy bien -respondía el posadero con un leve asentimiento-. Y ya puestos, ¿te importaría llevarle una cosa a Trais?
-Será un placer.
Delta no tardó en devorar el trozo de pastel como si la vida le fuera en ello. Cuando hubo terminado, Jash le condujo hasta un pequeño almacén que había detrás de la posada. Era una pequeña construcción de madera que el hábil posadero había construido hacía solo tres meses. Y solo habían tardado un mes en llenarlo de trastos inútiles.
Jash abrió la puerta y encendió una pequeña lámpara que dejó sobre una mesa llena de herramientas.
-Aquí tienes -dijo mientras cogía una pequeña caja de un estante y se la tendía al chico.
Era de un extraño color rojizo. Delta habría jurado que esto se debía al óxido que cubría la caja, pero pronto se dio cuenta de que no era así. La superficie era lisa, inquietantemente lisa, y estaba caliente.
-¿Qué es? -preguntó mirando la caja con recelo.
-Una caja -respondió Jash con tono burlón.
-¿En serio, Zae? -decía el chico mientras alzaba una ceja.
-Son cristales de Omi. Si haces un movimiento brusco explotarán.
-Eso es muy... tranquilizador -atinó a decir Delta-. Me pregunto para qué querrá Trais algo así...
-No eres el único que se lo pregunta, créeme.
Ambos salieron del cobertizo y entraron de nuevo en la posada.
-Bueno, si no salgo ya no llegaré a tiempo -concluyó el chico-. ¿Algo más que deba saber?
-No, pero llevo un rato preguntándome dónde has dejado tu capa.
-¡Oh! ¡Mierda! ¡Por casi se me olvida! -gritaba mientras volvía a subir ruidosamente los escalones.
Después de varias maldiciones y unos cuantos suspiros por parte de Jash, Delta bajó las escaleras y se dirigió hacia la puerta.
-¡Todo listo! ¡Qué pases un buen día, Zae! -se despidió.
El golpe de la puerta al cerrarse dejó paso a un viejo amigo. El silencio volvía a reinar en la posada El Lobo Guardián.
Fuera hacía frío, como era propio de la estación blanca. Y estaba nevando. Era uno de los inconvenientes que tenía vivir en las montañas de la Tierra Media. Por suerte, Delta se había comprado una reluciente capa nueva con el dinero que había ahorrado los últimos meses. Era negra, de terciopelo por la parte exterior y de cálido pelo de rayu por la parte interior. El comerciante que le había vendido tan maravillosa prenda por tan solo 12 cobros se le antojaba ahora como una especie de ángel. Protegido del frío invernal, Delta planeaba hacerle un altar o algo parecido al vendedor.
Para su sorpresa, aún a aquellas horas de la mañana, parecía que todos los vecinos de Sarin estuvieran ya pululando por el pueblo. Las calles estaban repletas de artesanos que preparaban los últimos adornos y detalles que se lucirían durante los festivales. Algunos comerciantes descargaban mercancías en los talleres locales y un par de mujeres discutían animadamente sobre algo sin importancia. Delta, que no solía frecuentar las calles tan temprano, disfrutaba observando el ambiente que inundaba al pueblo de energía. ¿Siempre es todo así durante los festivales? Delta deseó que así fuera. Le gustaba aquella acogedora sensación.
Mientras paseaba camino de la granja de la señora Pernil, Delta se permitió
disfrutar de la nieve. Podía sentir los fríos copos escurriéndose por su piel,
el crujido que producían sus pisadas al andar... Todos aquellos pequeños
detalles parecían crear algo parecido a un mundo de ensueño.
-Raila atrapada en su casa y yo aquí recreándome mientras me muero de
frío...- pensó mientras soltaba un cansado bufido-. Bueno, creo que me
merezco un pequeño descanso, ¿no?
Inmerso en aquel mágico momento, cerró los ojos por un instante. Ahora podía
sentirlo todo más vivamente. Cada mísero copo de nieve, cada gota de agua que
se escurría por sus manos desnudas. A lo lejos le pareció oír la voz de una
señora, pero hizo caso omiso. Al rato, aquella voz chillona e irritante tan
característica de la señora Pernil le taladró los oídos y arruinó su deseado
momento de paz.
-Muchas gracias, señora Pernil -pensó molesto.
Cuando abrió los ojos se sobresaltó al ver los ojos de la mujer a escasos
centímetros de los suyos.
-¡Por los Siete Grandes! ¡Señora Pernil! -gritó mientras intentaba alejarse
lo más pronto posible de la vieja mujer.
-¡Oh! ¡Delta! ¡A ti te andaba buscando yo! -decía aliviada la señora
llevándose las manos al pecho.
-¿Ocurre algo? -preguntó Delta.
-Tu caballo. Tu condenado caballo ha vuelto a escaparse. ¡Y mira que le dije
a mi hijo que lo atara bien! ¡Pues ni caso! ¡Siempre igual! A veces pienso que
está sordo, ¡como su difunto abuelo! Menudo gañán... -parloteaba la mujer.
-Genial, ahora tengo que buscarlo.
-Lo sé. Ese animal está endemoniado, ¡como el perro que tuvo mi familia hace
ya unos cuantos años! Si yo te contara...
Delta, augurando otra diarrea verbal por parte de la anciana mujer, decidió
cortar la conversación lo antes posible. Si la señora Pernil empezaba a
contarle sus batallitas no tendría tiempo de ir a ver a Raila y regresar a las
tres, tal y como le había prometido a Jash.
-Bueno, señora Pernil, si no le importa, creo que será mejor que empiece a
buscar a mi caballo o se me echará la mañana encima -dijo atropelladamente-.
Buenos días.
Y se podría decir que casi salió corriendo de allí. Todo menos aguantar a
esa mujer, por favor.
Así pues, Delta se dirigió a la pequeña meseta que quedaba cerca de la
entrada del bosque.
-Ese maldito caballo siempre se esconde por aquí -pensó.
Había comprado aquel condenado caballo hacía ya un año y no había hecho más
que darle problemas.
Después de un rato deambulando por la meseta, que estaba plagada de altas
hierbas, Delta divisó lo que parecía ser una mata de pelo negro que se movía de
manera extraña.
-¡Por fin! -gritó.
El caballo, de un color marrón oscuro, pastaba animadamente al lado de un
gran árbol cuyas hojas debían de haber caído hacía ya un tiempo, en la época
roja. Al ver a Delta, el caballo se acercó a este, cabizbajo.
-Ay... ¿Qué voy a hacer contigo?
Dicho esto, Delta subió al lomo del caballo y se dispuso a atravesar el
bosque.
El bosque Negro es posiblemente el bosque más oscuro que puedes encontrar en
todo el continente. La gente de Sarin lo llama así debido a que los grandes
árboles cubren el cielo y es prácticamente imposible que un rayo de luz
atraviese el gran amasijo de hojas que allí crecen. Delta conocía el bosque
desde de que tenía uso de razón y no habían sido pocas las veces que lo había
atravesado. Había llegado a un punto en el que a Jash no le importaba que el
muchacho vagara por aquel siniestro lugar. Sin embargo, cada vez que el frío
rumor del viento azotaba las riendas que Delta sujetaba, le recorría una
desagradable sensación. Los rumores hablaban por sí solos: algo maligno rondaba
por aquel bosque. Delta había visto, hacía ya mucho tiempo, algo parecido a la
silueta de una mujer que se escondía entre los arbustos, pero la gente del
pueblo lo había atribuido a la hiperactiva imaginación del muchacho y Jash era
el único que parecía creer que, en verdad, había algo en el bosque. Desde aquel
día, Delta no había visto nada fuera de lo normal en aquel lugar. Aunque eran
muchas las veces que deseaba que así fuera. Según las leyendas, en otros
tiempos, el clan de los elfos de Sar había establecido su hogar en el bosque
Negro y después de milenios de convivencia pacífica con los aldeanos de Sarin,
estos últimos habían emprendido una cacería que había acabado con todo rastro
de vida en el bosque.
Delta deseaba que aquello no fuera verdad. Deseaba observar a una de
aquellas magníficas criaturas que eran protagonista de no pocas historias.
Seres en contacto con la naturaleza, con largas orejas puntiagudas, con cabellos
blancos y puros como la nieve que su caballo pisaba sin ninguna contemplación.
Esa era la razón principal de que siempre encontrara una excusa para atravesar
ese bosque. Una de las excusas más habituales eran las continuas visitas en
busca de Raila. La gente del pueblo pensaba que Delta estaba enamorado de ella,
pero no era así. Eran amigos, se habían criado juntos, pero no había nada más.
-Estoy seguro de que ni siquiera me preocupa el estado de Raila después
de lo de ayer... Solo pienso en leyendas y cuentos para niños... No tengo
remedio -pensaba con una triste sonrisa- No soy más que un niño egoísta
que sueña con elfos y estupideces...
Y entonces oyó un leve murmullo a sus espaldas.
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